Ya no le impresionaron los ojos y las bocas abiertas en todos los que se encontraban en el portón del aeropuerto — Cuando era joven sí, pero le pasó tantas veces que se acostumbró, lo mismo ocurrió con esos ancianos que tampoco se sorprendían al verlo, de una forma u otra ya todos lo conocían.
Es un mito viviente… dicen que tiene más de 300 años y nunca morirá, que lleva una grabadora de cinta grande colgada en el cuello que nunca ha parado de grabar — aún así camina siempre con la espalda erguida — y un micrófono en la mano. No sabemos si es la emoción la que lo motiva, el espíritu científico o su aspiración a ser parte de la religión, pero toda su vida se a dedicado a ser un coleccionista de sonidos. En realidad su historia nunca llegó a los medios, hubo pequeñas menciones en el periódico, foros recónditos de Internet o unos segundos en una charla telefónica; su historia era algo más del boca a boca — como El Monstruo de Lago Ness o algún personaje fantástico parte del imaginario colectivo; es decir, ningún periódico habla del Monstruo del Lago Ness, solo en unas cuantas ocasiones, en un pequeño apartado y nadie asegura su existencia — Es por eso que aunque muchos de los ancianos nunca lo habían visto lo reconocieron.
La historia se habituó a la realidad, pasó a ser parte del mundo que habitamos. Es una prueba de cómo generamos el universo con solo nombrarlo, con el poder de un sonido. La Grabadora era ya una fuerza invisible que todo inundaba.
Se dice que prefiere “agarrarlo todo de un tirón”, por eso prefiere los sitios abandonados, allí puede encontrar historias completas que retumban en las paredes de las distintas habitaciones. Pues el sonido, a diferencia de los objetos, ocupa todo un espacio y lo reinventa (Aaron Copland creía que una sola nota de piano podía cambiar completamente el ambiente de una habitación).
Se dirigía de pueblo en pueblo a buscar los próximos sitios con planes de demolición.
En el bus grabó la charla de una madre y su hija, los ronquidos de un señor en el último puesto y la tracción del mecanismo de movimiento. Bajó y caminó hacia una casa que iba a ser dinamitada el día siguiente. Ustedes pensarán que debía ser una especie de marciano con su Gran Grabadora colgada del cuello, pero no, tenía bajo perfil, la noche y su juego de sombras esconden un poco la anomalía y la gente ya un poco dormida o distraída lo pasaban desapercibido. El aeropuerto en cambio es un sitio que nos invita a observar a la gente y sus particularidades.
Así, como si viviera allí, entró a la casa y se movió por la cocina, el closet de cada habitación, la chimenea y el corredor para grabar el eco de la gente que habitó allí. Al día siguiente nos contaron el acontecimiento y con mis amigos llegué al sitio donde ocurriría la demolición, allí habían otros chicos y padres con hijos viendo de forma un poco sublime la muerte del silencio. Siempre me imaginé que nunca se perdería un sonido tan impresionante como la demolición de una casa vieja con dinamita, fue hasta hoy (70 años después) que me enteré que el control de la dinamita lo llevaba una persona con una gran grabadora en el cuello.
Con 418 años se enteró de una cueva que guardaba el eco del universo, desde su creación hasta la primera palabra que dijo el hombre, desde la primera colisión de planetas hasta la última bomba atómica… Así encaminó, con miles de años más, un viaje distinto hacía un sitió que abarcaba más de lo que nada abarcaba, había viajado a ciudades fantasma para grabar montones de sonidos, pero ahora se encontraba bajando agarrado de una cuerda, al inicio escuchó sólo un murmullo, pero a medida que bajaba más el ruido aumentaba como quien se acerca al fin de una cascada, hasta que fue insoportable y tocó el suelo.
Dio dos pasos y se quedó sordo.
Había llegado al inicio.
Faltaba el sonido de sus pasos; su recorrido.
Se encontró con la última pared.
El universo en una cinta.
El sonido de los pasos llegó de súbito.
Silencio.